EL CABALLERO ESPAÑOL
4-12-2014
Enrique Gallud Jardiel ha vuelto a escribir sobre Enrique Jardiel Poncela,
que fue su abuelo. En esta oportunidad Gallud Jardiel practica una vivisección
del genial, multifacético y entrañable polígrafo, que revolucionó las letras
del siglo XX y en particular el teatro.
El libro se titula “Jardiel, la risa inteligente”, fue editado por Doce
Robles en Zaragoza, en este año de gracia de 2014. Tiene 250 páginas.
Calificado en algunos medios de “obra”, “trabajo” y a lo sumo “ensayo
biográfico”, para mí el libro es una biografía que se inscribe en la más pura
ortodoxia. Su autor se ajustó al género, pero lo despojó hábilmente de la
monumentalidad y la pesantez que suelen caracterizarlo.
Todo Jardiel campea en esta nueva biografía del inolvidable autor de “Eloísa
está debajo de un almendro”. (La última vez que estuve en Madrid la estaban
dando, no recuerdo ahora en qué teatro.)
Ahí está todo. La vida de Jardiel, su obra, tan influyente en la literatura
de su tiempo; su trabajo en el cine como adaptador y guionista; su gusto por
escribir a mano con pluma estilográfica en las mesas de los cafés, y hacer
tertulia en ellos con sus amigos.
Enrique Gallud Jardiel es doctor en Filosofía hispánica, profesor
universitario, narrador y traductor; pero también periodista, o, mejor,
escritor en (no de) periódicos. De ahí que abunden en su libro datos, fechas,
cifras, citas, anécdotas…: todo procedente de fuentes inobjetables.
Dos de las peculiaridades del libro –no menores- son su claridad y su
concisión. Está escrito en el lenguaje que usamos todos los días. Se entiende,
los que lo usamos bien.
(Recuerdo a este respecto mis charlas con Fernando Vizcaíno Casas, en las
que reconocía que sus novelas populares se vendían más porque todo el mundo las
entendía que por su calidad literaria. Sus libros de Derecho y los que
escribió, casi tipo enciclopedia, evocando los agridulces años cuarenta
cimentaron su fama de buen tratadista y buen escritor. Me acuerdo también de mi
arenga a los reporteros a mis órdenes en la agencia EFE: “¡Muchachos: sujeto,
verbo, predicado… ¡y a cobrar!”. Alex Grijelmo me habría felicitado.)
“Jardiel, la risa inteligente” carece por fortuna de hinchazón, culto al
ego y el pedante oscurantismo de los falsos intelectuales de gafas cuadradas
con marco negro de Martín Nahara. No es poco.
Además, su autor ha tenido la habilidad de trufar su texto con una
considerable cantidad de textos de Jardiel, que enriquecen el libro. Uno va
recordando, al pasar las hojas, fragmentos de obras de Jardiel Poncela,
pensamientos, aforismos y ocurrencias suyas. (Entrañable la unión en el
recuerdo de nieto y abuelo.)
Otra cosa, Gallud es imparcial, totalmente objetivo. Podía habérsele ido el
freno de mano de los elogios en su
carrera en pos de la inserción de su abuelo en el sector del Olimpo que le
corresponde.
Pues bien, no cayó en el desenfreno.
Se ajusta a la verdad desnuda, por ejemplo, cuando recuerda que el humor
era una forma de vida para su abuelo, y que “(…) contemplaba la estupidez
humana de una manera casi filosófica. Supo reirse de sí mismo y de los demás”.
Lo mismo cuando dice que Jardiel se sabía un innovador; sin embargo, jamás
quiso pertenecer a la vanguardia oficial. “Nunca se proclamó literariamente
junto con nadie ni se adhirió a ningún manifiesto artístico colectivo, sino que
mantuvo siempre un individualismo estético”.
Gallud añade que “(…) el teatro era un género propio de Jardiel: el teatro
cómico-fantástico, con elementos de parodia y gran guiñol. Jardiel inventó su
propio teatro, como García Alvarez inventó el astracán, Valle Inclán los
esperpentos, Unamuno las novelas o Manuel Machado los sonetos”.
El autor recuerda el conocimiento riguroso que Jardiel Poncela tenía del
teatro, su ambicioso concepto de la escenografía, que le llevaba a interesarse
personalmente en la puesta en escena, los decorados, la iluminación, el
vestuario, hasta el “atrezzo”.
Escenas de la agitada existencia de Jardiel, sus amores, los viajes, sus
éxitos, sus fracasos están presentes en el libro.
Enrique Jardiel Poncela triunfó por todo lo alto, recibió buenas críticas,
tuvo dinero a manos llenas, las mujeres que le dio la gana, automóviles
deportivos, amigos y admiradores. Pero no le faltaron enemigos, falsarios,
envidiosos que consiguieron con su destrato y sus canalladas ningunearle y llevarle
a la miseria.
Es que Jardiel era mucho Jardiel. Fue un desmitificador, un crítico acerbo
de arribistas, ignaros, pedantes y esnobs y denunció la hipocresía, la
injusticia; odiaba el plagio, que le parecía lo que es: un robo manifiesto. El
fue muy plagiado.
Fue un hombre bondadoso, amante de los animales, generoso, buen amigo.
Algunos trataban de destrozar los teatros que representaban obras suyas.
Una vez le invadieron jayanes con bastón para hacer ruido y un clavel rojo en
la solapa en el estreno de “Agua, aceite y gasolina”.
Era el mejor. Fue un visionario, un precursor. Como dijo su nieto,
dignificó la intelectualidad del humor.
Yo creo que esta nueva visión de Jardiel
por Jardiel es la mejor.